martes, 12 de junio de 2007

Invadidos por Ella

Sentado en mi escritorio y frente a mi computadora, aún sentía los efectos de haber estado expuesto a ella. Ayer en la universidad se cernía sobre los pasillos, en los baños, ocupaba nuestro espacio en los pupitres, impregnaba la pizarra, accionaba las tizas, borraba las palabras y sobre todo ocupaba nuestras mentes, invadía nuestra duramadre y por más que lo intentamos, no logramos que la información nueva entrara a través de ella a nuestras cabezas. Leímos mil veces, repasamos otras tantas, discutimos como siempre y a la final, nada, la información no entraba, nuestros cerebros están envueltos por una capa impermeable en la que todo dato novedoso rebota y resbala.
La respiramos, la comimos, la caminamos por los pasillos, la sentimos entrar por las narices y salir por nuestros poros y uretras, nada era más contradictorio que ella entrando y saliendo de nuestro cuerpo. Calma y alboroto, marchar o estudiar, accionar o apaciguar, salir o entrar. Nos llena de elementos en conflicto que al estrellarse dentro de nosotros nos ensordece, atonta y desequilibra.
Hace un par de post pedí a gritos una receta para la normalidad y nadie supo responder. No hay o nadie quiere encontrarla. Es la contradicción otra vez, esa necesidad de querer ir a la universidad por un lado y de querer marchar y exigir libertad por el otro. La bendita consciencia de los deberes en guerra interna. Es ella negándose a salir de nosotros, instalada como un parásito en simbiosis perfecta con nuestro espíritu pero como una asesina de la normalidad.
Volver a la normalidad y dejar que ella muera de inanición. Esa es la solución, no dejarla que se nutra de nuestro espíritu, aun cuando nuestro espíritu se nutra de ella. No dejarla que sabotee la adquisición de los nuevos conocimientos formales, aun cuando nos haya abierto la mente a un universo de conceptos e ideas que nos dejaron plenos y sabios. No dejarla que nos vuelva apáticos a las clases, aun cuando ha sido el motor que ha movido masas completas de estudiantes. No dejarla que nos llene de contradicciones aun cuando nos ha dejado más claros y ha iluminado el verdadero camino.
Ella cernida sobre la universidad lucha por no morir de olvido o de hambre por falta de muchachos de quienes nutrirse, ella aun en los pupitres, aún en las cabezas, aun en las almas, pide a gritos que no la dejemos fallecer porque por ella existimos y sin ella también estamos condenados. No sé darle un nombre a ella, por ahora la llamaré patria.

viernes, 1 de junio de 2007

Él me pega... pero es que él me ama

Es difícil empezar a escribir cuando las emociones y las ideas se atropellan en la mente de este su (para nada) humilde escritor. Muchos temas posibles se me aglomeran en la cabeza y terminan apareciendo como el primer intento de hoy, de salir de la UCAB: a cuenta gotas y muy lento, muchas veces para terminar retrocediendo por culpa de un niple mental.

El título de este blog surgió en una conversa con Joseph y Mariahelena en el metro vía a la marcha, porque siento que nuestro país es una mujer maltratada. Es una esposa sufrida cuyo marido le da y le da palo parejo, por quítame-esta-paja. Si anda borracho, palo pa’esa zorra, si la mujer le revira, más duro le da. Si le pasan videos de los chavistas violentos, pues palo pa’ la televisora, si está de mal humor, pues palo pa’ los periodistas, y si está con los amigotes, pues palo pa’ la opinión pública; y mejor ni hablar de cuando anda con el “compadre”… pestes pa’ la pobre patria (me imagino que pueden fácilmente extrapolar la imagen al otro innombrable de Latinoamérica). Lo peor es que, cual típica mujer latinoamericana, el pueblo se está dejando dar el golpe parejo.
Todo comenzó por la profunda vergüenza que me da mi generación. O por lo menos mi círculo de deprimidos y derrotados amigos. Ninguno ha visto ni con optimismo ni fe, ni siquiera un dejo de un reojo echado de ladito de positivismo ante todo lo que está pasando. Nos hemos convertido en la familia, amiga, hermana y madre alcahueta que le dice a la pobre patria: Aguante mija, que en el fondo el la trata bien, le tiene su casa, su nevera full, su ropita linda, sus cirugías plásticas, sus hospitales medio abastecidos, sus mercales, sus misiones, sus mochas universidades y pare usted de contar.
Entre el bozal de arepas, la comodidad y el temor a lo desconocido, me quedé enterrado en una treintena de años compartiendo con una generación tan asquerosamente pasiva y cobarde que ahora sí quisiera tener de nuevo 18 años. Pero no para estar más bueno ni tener más energía sexual o levantar más culitos, sino para poder pelear esta batalla que mis muchachos pelean sin la vergüenza de los cuarenta kilos de sobrepeso, el poco de canas y gritando consignas como “estudiante” o “uuucv”. La gente te ve como si estuvieras “viejo para la gracia”.
Entonces esta mujer maltratada, consciente de lo jodida que está, pero cómoda en su economía y status quo, está aterrada de la posibilidad de divorciarse del tirano de su esposo, ¡porque hasta su vida misma puede quedar comprometida! Sí es verdad, muchas mujeres que se han obstinado han terminado muertas por enfrentar al monstruoso marido, algunas han quedado mutiladas, lesionadas de por vida y psíquicamente destrozadas.
Ah. Pero siempre hay unas que, llegado el momento, han tenido hasta que tomar la justicia en sus manos. Aún recuerdo (tengo la edad suficiente para hacerlo) el caso de Lorena Bobbit, la famosa latinoamericana, que harta de los consecutivos abusos de su marido, y ante la pasividad de los cuerpos judiciales, decidió cortarle el pene mientras dormía. También recuerdo haber leído algo arquetipalmente parecido cuando cayó CAP o Marcos Pérez Jiménez.
Pero volviendo al punto que nos atañe, que es el de la pobre mujer maltratada que está acostumbrada a que le den palo y por comodidad o por genuino amor fatal, leí hace muchos años un libro titulado “Las mujeres que aman demasiado” de Robin Norwood que hablaba de las muchas razones por las que una mujer se puede enganchar en una relación insana y como salir de ella.
Algo que me llama poderosamente la atención es el rol de los hijos de la pareja maltratada-maltratador. Algunas cosas tristes pueden resultar de ellos como asesinos, maltratadores, personas violentas, agresivas, chavistas motorizados o asambleístas venezolanos del siglo XXI. Sin embargo, en algunos casos, estos hijos del maltrato suelen llegar a un punto de “no más” en el que enfrentan al padre y defienden los derechos de la madre llegando incluso a entrar en conflictos y agresiones físicas con su propio progenitor. La madre puede sentirse: 1) defendida, guapa y apoyada, por ende, decidida a poner fina a la cadena de maltratos, o 2) agredida, porque su hijo no entiende que, cual cachita de novela mexicana: “Es que.. YO LO AMO”.
Esta semana y hoy más que nunca, han salido los hijos de la patria. Yo quedo como el tío que siempre supo y siempre estuvo ahí, pero no sabía como meterse en la vida de su hermana o cuñada para sacarla de esa insana y mortal relación, pero que ve en sus sobrinos que se han enfrentado a su mismísimo padre, una profunda consciencia de que todo está mal y no se puede seguir así, porque es su madre, la mujer que los cargo 9 meses, 30 años o 200 años de independencia, la que está en peligro de muerte.
Lo peor que nos puede pasar es que la madre termine volteándose a su hijo y se deje morir allende el mar de la felicidad, enganchada en su relación tóxica, pero cómoda, y que lo que le asegura es la muerte, en manos de su esposo, de un cáncer metastático producto de tanta energía negativa o malas políticas comunistoides que ya se pueden medir con una simple prueba de antígenos democráticos.
Espero que esta madre mía, nuestra, de todos esos muchachos que estaban hoy ante su padrastro mal querido (por que este no puso la semilla que dio origen a este pueblo, esa semilla se la pusieron otros hace 200 años) y que no los reconoce como seres pensantes, independientes y luchadores, que esta madre que sé que es amorosa y generosa, despierte para revelarse ante la tiranía en que se encuentra, y en un acto de coraje de mujer arrecha… declare su libertad, en defensa propia.